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jueves, 22 de noviembre de 2012

Soy lo que queda






Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. 
Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que se puede ver y sentir 
no es el auténtico Ser que ve. 
Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, 
sentirse ligero o pesado ,
eso no tiene nada que ver con mi yo interior.
Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.

Tengo deseos, pero no soy mis deseos. 
Puedo conocer mis deseos, y lo que se puede conocer 
no es el auténtico Conocedor. 
Los deseos van y vienen, flotan
en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior.
Tengo deseos, pero no soy deseos.

Tengo emociones, pero no soy mis emociones. 
Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que 
se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor.
Las emociones pasan a través de mí, pero 
no afectan a mi yo interior.
Tengo emociones, pero no soy emociones.

Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. 
Puedo conocer e intuir mis pensamientos, 
y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. 
Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, 
pero no afectan a mi yo interior.
Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos.

Soy lo que queda, un puro centro de atención consciente,
un testigo inmóvil de todos estos pensamientos, 
emociones, sentimientos y deseos.

martes, 13 de noviembre de 2012

La apariencia no es la realidad


La apariencia no es la realidad

Tenemos dos maneras de dividir al personal que nos rodea: los introvertidos y los extrovertidos. Los primeros tienden a mostrarse taciturnos, mientras que los segundos prefieren mezclarse con los demás. Luego veremos las otras maneras de diferenciarse no auspiciadas por los consultores psicológicos.

Hasta ayer mismo había que huir de los introvertidos porque sus disquisiciones no nos conducían a ninguna parte, aunque sin sus contribuciones creativas nunca habríamos sabido lo que era la fuerza de la gravedad, lateoría de la relatividad o habría sido muy difícil escuchar los nocturnos de Chopin. ¿Por qué? Sencillamente porque tanto los científicos Newton y Einstein como el músico Chopin fueron grandes introvertidos.
Casi la mitad de la gente observada pertenece a ese grupo sin ser necesariamente tan sabios. Si tuviéramos que definirlos de alguna manera, se diría que a la hora de la verdad los introvertidos prefieren recluirse para dar cauce en la intimidad a sus hallazgos. La otra mitad, constituida por los extrovertidos, no es que sean menos creativos, pero sus conocimientos arrancan del contraste de pareceres con los demás; hablan continuamente, a veces gritan, les gusta liderar y dirigir al resto. Para ellos, el conocimiento es inútil a menos que se mezcle con la acción.
¿Por qué vale la pena traer a colación esta vieja separación entre las dos maneras de ser en que, con bastante acierto, los psicólogos sociales pioneros dividieron a los humanos antes de estudiarlos? Pues porque los últimos años se están caracterizando por ensalzar el estilo extrovertido en detrimento del otro y en todos los campos: académico, corporativo o educativo; se ha medido incluso el éxito social recurriendo a variables vinculadas de una u otra manera a las famosas redes sociales.

Los introvertidos se recluyen para dar cauce en la intimidad a sus hallazgos; en cuanto a los extrovertidos, sus conocimientos arrancan del contraste de pareceres con los demás (imagen: purplemattfish/ Flickr).
Es cierto que se han ido produciendo –sin que la mayoría de los políticos puedan constatarlo– cambios trascendentales en las fotografías y la medición de lo que estaba ocurriendo. Muchas de las decisiones políticas son ahora instantáneas: basta con anunciar públicamente un determinado propósito para que, si se utilizan las redes sociales o no intentan tergiversarlo, se produzca de inmediato. Hasta hace bien poco, la adecuación de la demanda global a las medidas tomadas para modularla –variaciones en la tasa de descuento, por ejemplo– tardaba meses en materializarse, mientras que ahora los gobernadores de los bancos emisores se ven obligados a estudiar a toda prisa que la adecuación de una a la otra puede ser inmediata.
Esos cambios afectan a ciertos postulados científicos que habían sugerido y comprobado distintos investigadores. La ola actualmente vigente de apertura al exterior y de búsqueda de la innovación mediante el contacto e intercambio de información con los demás había conseguido que descartáramos a los introvertidos y solitarios como fuentes del poder cognitivo. Había que formar parte de un núcleo para ser creíble y –yo mismo, debo confesarlo– relegábamos a un segundo, tercero o cuarto puesto lo sugerido por los introvertidos y solitarios. Ahora resulta que donde decíamos «digo» no tenemos otra alternativa que corregir y decir «Diego». Los solitarios también cuentan.
Ya va siendo hora de descubrir –no solo para restregárselo en las narices a tanto charlatán que no se para a pensar si ha podido comprobar lo que defiende– que la apariencia no es la realidad. Hemos construido una sociedad que adula a los que gritan, se disfrazan, cambian su entonación en las clases o las empresas, que no olvidan los gestos necesarios para que los demás crean lo que no se lleva dentro, incluidas las amenazas de volver a machacar, como en el pasado con las armas o la Constitución, a los que sugieren probar otra cosa distinta de la que se está viviendo; sobre todo si se está viviendo mal.