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domingo, 30 de noviembre de 2014

De que trata la práctica

La luz del espíritu puede cegarnos como mil millones de soles, la belleza de una simple lágrima puede fundir nuestro corazón y el amor verdadero puede aplastarnos como si de una montaña se tratase... hasta que nuestra pareja dice algo que nos molesta o enfurece, y la belleza y el amor pareen desvanecerse.. para regresar al poco y re-descubrir nuevamente el equilibrio, la libertad, la felicidad, la cordura y la normalidad. Entonces todo empieza de nuevo.¿De eso precisamente trata la práctica!




sábado, 22 de noviembre de 2014

Centauro

Quirón

Quirón

Quirón fue un excepcional centauro (ver Centauros, Los), criatura con cabeza y torso de hombre y cuerpo de caballo. Era dis­tinto al resto de su especie y descendía de Ixión, ya que él era hijo de Cronos y Philera (Filera). Su aspecto de centauro se debía a que Cronos había hecho el amor con la ninfa Philyra (Filira) mientras mantenía forma de caballo, para no levantar las sospechas de su esposa Rhea (Rea).
Mientras que el resto de centauros eran bestias muy rudas, el inmortal Quirón se distinguía por su carácter civilizado lleno de sabiduría, inteligencia y fraternidad. Era un gran músico y fue famoso por su extenso conocimiento en el campo de la medicina. Los héroes de la Ilíada no dejaban de alabar las pócimas de hierbas con que trataba las heridas do guerra. Apolo, amigo personal de Quirón, le encomendó la educación de su hijo Asclepio, dios de la medicina, lo que el centauro consideró un gran honor pero no el único, pues también se encargó de la ins­trucción de Jasón, Acteón y Aquiles, entre otros, debido a su enorme paciencia. Gracias a Apolo, Quirón se convirtió en un extraordinario arquero.
Quirón vivió en una cueva del monte Pelión en Tesalea. Estuvo casado con Chanclo y tuvo una hija. Su nieto, Peleo, recibió el apoyo de Quirón, entre otros, cuando quiso cortejar a la bella diosa del mar, Tetis, en una relación de la cual nacería el gran héroe Aquiles.
Por desgracia, el buen centauro tuvo un final cruel y doloroso, pues durante una visita de Heracles al centauro Folo se desencadenó una pelea con otros centauros sobre una crátera de vino, y Quirón fue asaeteado de forma accidental por el héroe (ver Heracles). Los dolores que sufrió fueron tan severos que decidió regalarle su inmortalidad a Prometeo. Tras su muerte, Zeus decidió situarle en el firmamento como la constelación del Centauro.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Historia de la vela que se apaga

Hubo una vez, en la antigua China, un maestro Zen llamado Ryoko. Ryoko significa el dragón del lago.

Aparentemente este maestro tenia una personalidad apacible, tranquila e incluso banal u ordinaria. Su personalidad era parecida a las aguas poco peligrosas de un lago, sin embargo, en lo más profundo de estas aguas habitaba un terrible dragón con un gran poder y una gran fuerza surgida de su realización espiritual y de su sabiduría. Pocas personas tenían acceso directo al dragón que habitaba en las aguas de Ryoko.
Ryoko era un maestro célebre que dirigía una comunidad y mucha gente le visitaba.
Un día apareció un erudito, un estudioso del Sutra del Diamante. El Sutra del Diamante es uno de los más importantes del Budismo Mahayana y el que más profunda influencia tuvo sobre el Sexto Patriarca, Eno. La esencia de su enseñanza es la siguiente: “El pasado es una ilusión, el futuro es una quimera, algo que no existe, el instante presente pasa tan rápidamente que apenas si podemos afirmar que existe o ha dejado de existir.” Comprendiendo esta realidad, el discípulo del Buda practica un desapego continuado hacia todas las formas sensibles a las que considera como fenómenos evanescentes, carentes de realidad, como burbujas en la superficie del océano.
El Sutra del Diamante nos enseña a cultivar una conciencia que no se detenga sobre nada, que no se apoye en ningún objeto. Su frase principal es: “No se apoya sobre ningún objeto, y sin embargo, la Mente aparece.” Esto es, la verdadera conciencia, la más elevada, la conciencia del despertar, “Bodhaishin”.
Este erudito, a pesar de que había pasado largos años estudiando el léxico y la semántica del Sutra del Diamante, en realidad no había podido aún penetrar su significado profundo ni experimentar su verdad. Pero, incluso siendo así, se tomaba por un gran erudito y entendido, como alguien que había comprendido el mensaje de dicho Sutra. Esta falsa certitud le hacía arrogante y vanidoso.
Oyendo hablar de la profunda experiencia del maestro Ryoko, quiso ir a visitarlo. Quería contrastar la comprensión de Ryoko con la suya y mantener un combate dialéctico. Por eso, llamó a las puertas del monasterio y pidió una entrevista con el maestro.
El monje encargado de la recepción se ocupó atentamente de él, lo llevó a una habitación limpia y clara, y le dijo que depositara sus pesados libros. Le explicó entonces que el maestro estaba muy ocupado, por lo que tardaría algunos días en recibirle. Mientras tanto le puso una escoba entre las manos y le invitó a participar en el samu –trabajo manual– de la comunidad.
Pasaron varios días. El erudito pasó gran parte de su tiempo barriendo los distintos patios, pero su cólera iba en aumento de hora en hora, hasta que al cabo de una semana estalló y gritó en medio del patio: “ ¡He venido a este lago porque me dijeron que vivía un dragón muy peligroso, pero no veo por ninguna parte a ese dragón! ¿Por qué se esconde?”
Ryoko aceptó al fin entrevistarse en privado con él, y ambos mantuvieron una larga conversaci6n. El erudito tenía una dialéctica hábil, pero el maestro Ryoko era también un orador fino e intuitivo. Los dos discutieron y discutieron tanteando sus posiciones.
El maestro buscaba continuamente una abertura en la mente del erudito a través de la cual hacerle comprender el error de su actitud orgullosa y arrogante. Y el erudito buscaba una brecha en la mente del maestro a través de la cual mostrarle que su saber era superior. Así, llegaron a altas horas de la madrugada y el maestro, excusando que estaba cansado, invitó al erudito a retirarse a sus habitaciones.
Los ánimos se habían calentado y el maestro pensó que a la mañana siguiente, con un estado de ánimo más sereno seria mejor proseguir. Entonces le acompañó hasta la puerta de su habitación.
Esa noche era una noche muy oscura, una noche sin luna, de una negritud espesa. En medio de la oscuridad tan sólo brillaba la lámpara que portaba el maestro. Mientras tanto, el erudito trataba de reanudar el combate dialéctico y continuaba dando argumentos y teorías. Entonces el maestro Ryoko levantó la lámpara lentamente, y sopló. En ese momento se hizo la oscuridad total, y en medio de esta oscuridad, el maestro preguntó al erudito: “¿Comprendes ahora?” . Justo en ese instante, el erudito comprendió y sus espíritus se acoplaron. Comprendió la inutilidad de su arrogancia, de sus silogismos, de sus presupuestos mentales y de su cólera.
Esta es una historia de gran profundidad, una historia que personalmente siempre tengo en la mente. Particularmente intento no olvidar nunca el soplido del maestro Ryoko sobre la vela, el momento clave de toda la historia, y lo recuerdo en especial cuando mi mente se halla confusa, cuando me encuentro envuelto en algún tipo de conflicto, sea cual sea su naturaleza. Veo el soplido del maestro Ryoko sobre la vela y me dejo llevar por la oscuridad, una oscuridad en la que no es posible distinguir nada, ni yo, ni tú, ni bien, ni mal, ni amor, ni odio, ni atracción, ni rechazo. No hay Buda, ni ser sensible, ni verdad ni falsedad.
A la luz de la vela de nuestra mente discriminativa, los fenómenos se diversifican y se multiplican entrando en conflicto unos con otros. Pero en la Vía del Zen, la experiencia fundamental consiste en soplar la vela, en extinguir la llama discriminativa. A esto se le llama Nirvana, y es ahí donde surge la verdadera comunicación maestro-díscipulo, más allá de cualquier dualidad, “I shin den shin”, una comunicación intima de alma a alma.
Sí sólo nos comunicamos a partir de nuestra mente limitada y limitadora, la relación con nosotros mismos y con los demás, con el maestro o con el Cosmos, se convierte en una relación estrecha sujeta al amor o al odio, polarizada en atracción o en rechazo.
Desde los tiempos inmemoriales, el Dharma del Buda ha sido siempre transmitido correctamente de maestro a maestro, de Buda a Buda, a través del no-pensamiento, a través de la no-dualidad. Esta es la esencia del “Zazenshin” del maestro Dogen Zenji.
Discutir es inútil. Es necesario sentir desde lo más profundo del no-pensamiento, desde lo más profundo de la no-conciencia personal, desde la no-oposición. Entonces es cuando surge naturalmente la verdadera intimidad, la verdadera comunicación.
Por eso la relación entre maestro y discípulo es una especie de danza, un tanteo a través del cual el discípulo intenta enfocar al maestro desde la óptica justa.
Un maestro Zen es, como cualquier otra persona, una especie de diamante de diez mil rostros distintos. El discípulo debe penetrar hasta el corazón de este diamante, pero ¿por qué lado hacerlo? Cada lado del diamante es un espejo que refleja nuestro propio karma. Por eso, cuando intentamos penetrar por una cara del diamante nos vemos reflejados y nos quedamos hipnotizados, parece un obstáculo infranqueable. Sin embargo, en un maestro Zen, hay un lado que no refleja absolutamente nada, es la puerta de entrada. La práctica del discípulo consiste en encontrar esta cara y situarse correctamente ante ella a través de un tanteo continuo.
Ahí se produce la verdadera intimidad, y uno habla con el maestro como si hablara con lo más profundo de su propio corazón.
En la Transmisi6n del Zen, no hay nadie que transmita nada, nada que transmitir, ni nadie que pueda recibir esta transmisión. Es un Buda reconociendo a otro Buda, como un pez que flota en medio de un vasto océano y de pronto encuentra a otro pez y le dice: “¡Hola!”.
Zazen es, en esencia, apagar la vela.
Enseñanza del maestro Dokushô Villalba el 16 de Mayo de 1989

Así pensaban los abuelos...


Sobre la Espiritualidad
El culto al Gran Misterio era silencioso, solitario, libre de cualquier búsqueda egoísta. Era silencioso porque toda palabra necesariamente es débil e imperfecta; por lo tanto, las almas de sus ancestros ascendían hacia dios en una adoración sin palabras. Era solitario porque creían que él está más cerca de nosotros en la soledad, y no había sacerdotes autorizados para intervenir. Nadie podía confesar de manera alguna en la experiencia religiosa de otro. Esta fe no podía ser concebida en credos ni forzada en quien no estuviese dispuesto a recibirla. En consecuencia, no había problemas religiosos. Tampoco usaban templos ni santuarios, lo consideraban sacrilegio.
La Naturaleza
Desde su punto de vista, el Sol y la Tierra fueron los padres de toda la vida orgánica. Del Sol, como padre universal, procede el principio dador de vida en la naturaleza, y en el vientre paciente y fructífero de nuestra madre, la Tierra, se esconden los embriones de plantas y hombres. Los elementos y las fuerzas majestuosas de la naturaleza eran vistos con asombro como poderes espirituales, cada criatura posee un alma en algún grado, aunque no necesariamente un alma consciente de sí misma.
Al Lakota le encantaba simpatizar y experimentar una comunión espiritual con sus hermanos del reino animal, cuyas almas mudas tenían algo de la pureza impecable. Tenía fe en los instintos de los animales, como en una sabiduría misteriosa dada desde lo alto. Y aunque aceptaba humildemente el sacrificio supuestamente voluntario de sus cuerpos para preservar el propio, rendía homenaje a sus espíritus mediante rezos y ofrendas prescritas. Cada acto de su vida es, en un sentido muy real. Su respeto por la parte inmortal del animal, su hermano, a menudo lo lleva a colocar el cuerpo de su presa ceremoniosamente en la tierra y decorar la cabeza con pintura simbólica o plumas. Entonces se pone de pie en actitud de oración, sosteniendo en alto la pipa llena, como muestra de haber liberado con honor el espíritu de su hermano, cuyo cuerpo su necesidad lo llevó a tomar para sustentar su propia vida.
Sobre Muerte y Reencarnación
La actitud del Lakota hacia la muerte, prueba y trasfondo de la vida, es enteramente compatible con su carácter y filosofía. La muerte no guarda terror para él; la encara con sencillez y perfecta calma, buscando sólo un fin honorable como su último regalo para su familia y sus descendientes. Por ende corteja la muerte en la batalla. Por otro lado, consideraría una desgracia ser asesinado en una disputa privada. Si uno está muriendo en casa, es costumbre llevar su cama al exterior conforme se acerca el fin, para que su espíritu pueda marcharse bajo el cielo abierto. Muchos Lakotas creían que uno podía nacer más de una vez, y había algunos que afirmaban tener pleno conocimiento de una encarnación pasada. También había quienes sostenían dialogos con algún espíritu gemelo nacido en otra tribu o raza.
El Silencio
El Lakota cree profundamente en el silencio, señal de un equilibrio perfecto. El silencio es el balance o equilibrio absoluto de cuerpo, mente y espíritu. El hombre que mantiene su individualidad siempre calmada y firme ante las tormentas de la existencia tiene la actitud y conducta de vida ideal en la mente del sabio.
El autocontrol, la verdadera valentía, la paciencia, la dignidad.
Sobre Medicina
No cabe duda que el Lakota consideraba la medicina algo muy cercano a las cosas espirituales. Como médico, originalmente era muy hábil y a menudo exitoso. Utilizaba únicamente cortezas, raíces y hojas curativas con cuyas propiedades estaba familiarizado, usándolas en forma de destilación o té y siempre individualmente. El baño de estómago fue uno de sus valiosos descubrimientos, y el baño de vapor se usaba extensamente.
Podía reparar un hueso roto con bastante éxito, pero nunca practicaba la cirugía en forma alguna. Además, el curandero poseía gran magnetismo y autoridad personales, y en su tratamiento a menudo buscaba restablecer el equilibrio de su paciente mediante influencias mentales o espirituales.
La palabra Sioux para el arte de curar es "wapiya", que literalmente significa "reajustar" o "renovar". "Pejuta", literalmente raíz, significa medicina, y "wakan" significa espíritu o misterio. De esta manera las tres ideas, aunque a veces asociadas, eran diferenciadas cuidadosamente. Es importante recordar que, antiguamente, el curandero no recibía pago alguno por sus servicios, que por naturaleza eran una función o un cargo honorable. Cuando la idea del pago y el trueque fue introducida y los honorarios exigidos, la avaricia y rivalidad resultantes condujeron a una gran pérdida.
Sobre la Civilización
Para el sabio Lakota, la concentración de población era la prolífica madre de todos los males, tanto morales como físicos. Argumentaba que el alimento es bueno, mientras que el exceso mata; que el amor es bueno, pero la lujuria destruye; y no menos temida que la pestilencia que se deriva de las moradas abarrotadas e insalubres, era la pérdida de poder espiritual inseparable del contacto demasiado estrecho con el prójimo. Cualquiera que haya vivido mucho al aire libre sabe que hay una fuerza magnética y sensible que se acumula en la soledad y que se disipa rápidamente con la vida en multitud; e incluso sus enemigos han reconocido el hecho de que, en cierto poder y aplomo innato, totalmente independiente de las circunstancias, el Lakota Americano no ha sido superado entre los hombres.
Sobre el Matrimonio
No había una ceremonia religiosa ligada al matrimonio, aunque por otro lado la relación entre un hombre y una mujer era considerada misteriosa y sagrada en sí misma. Creíamos que dos que se aman deben unirse en secreto antes del reconocimiento público de su unión, y deben probar su apoteosis con la naturaleza. Era costumbre que la joven pareja desapareciera en la espesura, pasando ahí algunos días o semanas en perfecta reclusión y doble soledad, regresando después al campamento como marido y mujer. Por lo general, seguía un intercambio de regalos y entretenimientos entre las dos familias, pero la bendición nupcial era otorgada por la sagrada Naturaleza.
Sobre la Mujer
En ellas se confería el código moral y la pureza de sangre. La esposa no tomaba el nombre de su marido ni entraba a su clan, y los hijos pertenecían al clan de la madre. Ella guardaba todas las propiedades de la familia, la descendencia se marcaba en la línea materna, y el honor de la casa estaba en sus manos. La modestia era su principal adorno; de ahí que las mujeres jóvenes usualmente eran silenciosas y retraídas. Pero la mujer que alcanzaba la madurez en años y sabiduría, o que hubiera mostrado una valentía notable en alguna emergencia, a veces era invitada a ser parte del consejo. Así gobernaba indisputable dentro de su propio dominio y era un pilar de fortaleza moral y espiritual, cuando ella cayó, la raza entera cayó con ella.
Sobre el Dar
Dar públicamente es una parte de toda ceremonia importante. Es común dar hasta el punto de total empobrecimiento. El Lakota, en su sencillez, literalmente regala todo lo que tiene a sus familiares, a los invitados de otra tribu o clan, pero sobre todo al pobre y al anciano, de quienes no espera nada a cambio. Finalmente, la ofrenda religiosa, podría ser de poco valor en sí misma, pero en la propia mente del dador debe llevar el significado y la retribución del verdadero sacrificio. Los huérfanos y los ancianos son cuidados invariablemente, no sólo por sus familiares cercanos, sino por todo el clan.
Es motivo de orgullo para los amorosos padres que sus hijas visiten a los desafortunados y los desvalidos, llevándoles alimento, peinando sus cabellos y arreglando sus vestimentas.
Sobre los Nombres
Los nombres Lakotas o bien eran apodos característicos otorgados en actitud juguetona, nombres de hazañas o nombres de nacimiento, o bien tenían significado religioso y simbólico. Se ha dicho que cuando nace un niño, algún accidente o aspecto inusual determina su nombre. Esto es a veces el caso, pero no es la regla. Un hombre de carácter vigoroso, con buenos antecedentes de guerra, por lo general lleva el nombre del búfalo o del oso, del relámpago o de alguna fuerza natural temida. Otro de naturaleza más pacífica tendría un nombre de la parte menos salvaje de la naturaleza.
El nombre de una mujer por lo general sugería algo en relación al hogar, a menudo con el adjetivo guapa, una terminación femenina. Los nombres de cualquier dignidad o importancia deben ser conferidos por los ancianos, y especialmente si tienen significado espiritual, tales nombres a veces eran portados por tres generaciones, pero cada individuo debía probar que lo merecía.
Sobre las Propiedades
El Lakota verdadero no pone precio ni a su propiedad ni a su trabajo. Su generosidad está limitada sólo por su fuerza y habilidad. Considera un honor ser elegido para un servicio difícil o peligroso, y juzgaría vergonzoso pedir cualquier recompensa. No obstante, reconoce los derechos en la propiedad. Robar a uno de su tribu ciertamente es una desgracia si se descubre, y el nombre "Wamanon" o Ladrón se le confiere para siempre como algo inalterable. La única excepción a la regla es en el caso del alimento, que está siempre disponible para el hambriento, si no hay nadie cerca que se lo ofrezca. No podía haber otra protección además de la ley moral en una comunidad Lakota, donde no existían cerrojos ni puertas, y todo estaba abierto y era de fácil acceso para todos los visitantes.
Sobre la Guerra
Nunca había deseo por el engrandecimiento territorial o el derrocamiento de una nación hermana. El hombre que mataba a otro en batalla tenía que guardar luto durante treinta días, pintando su cara de negro y soltándose el cabello, según la costumbre. Por supuesto que él no consideraba pecado el arrebatar la vida de un enemigo, y este luto ceremonial era en señal de reverencia por el espíritu difunto. Las crueldades injustificables y las costumbres más bárbaras de guerra se intensificaron de manera considerable con la llegada del hombre blanco, encendiendo las peores pasiones del Lakota, provocando en él sentimientos de venganza y codicia. El asesinato dentro de la tribu era una ofensa grave, y a menudo sucedía que el asesino fuese convocado a pagar la pena con su propia vida. Él no intentaba escapar o evadir la justicia. Que el crimen fuese cometido en las profundidades del bosque o a altas horas de la noche, sin ojo humano que lo atestiguara, no marcaba diferencia alguna en su mente. No dudaba en entregarse para ser enjuiciado por los ancianos sabios del clan de la víctima. El asesinato intencional era un suceso raro antes, porque no era un pueblo violento ni pendenciero.
Sobre la Valentía
Ni siquiera los peores enemigos del Lakota (el hombre blanco) han negado su valentía, aunque en sus mentes se trate de una valentía ignorante, brutal y fantástica. Su propia concepción de bravura la convierte en una virtud altamente moral, pues para él no consiste en fuerza agresiva sino en autocontrol absoluto. Alguien verdaderamente valiente no se rinde ante el miedo, el enojo, el deseo o la agonía; él es amo de sí mismo en todo momento; su valentía se eleva al verdadero heroísmo.