Los hábitos, las acciones que repetimos a lo largo de los
días de una manera repetitiva. A mí me gusta llamarlos rituales. Rito, dícese
de aquello que es “Costumbre o ceremonia”. Costumbre es aquello que
hacemos sin darnos cuenta de porque realmente lo hacemos, apenas sin conciencia
de lo que hacemos y de por qué lo hacemos.
Casi siempre esos rituales nos hace la vida más cómoda,
desde la perspectiva de nuestro cerebro que no hace ningún esfuerzo extra para
pensar lo que estamos haciendo, esto es, cuando nos preparamos la cena o cuando
nos sentamos en el sofá para embebernos con lo que pongan por la tele o nos tomamos nuestra dosis habitual para que nuestra mente pare, llámese alcohol,
estupefacientes, etc. Es decir, por un lado le hace bien a nuestro cuerpo para
que descanse y por otro no embrutece en el sentido de que realmente no nos
planteamos a otro nivel si eso nos está haciendo bien realmente.
En casi todas las tradiciones religiosas existen ceremonias
para iniciar el día y para el ocaso. En el Cristianismo es muy especial la
ceremonia de la hora prima, o la última oración del día que nos dice el Islam.
Es decir que los seres humanos sentimos de alguna manera que cada nuevo día se
merece una ceremonia que nos haga conectar con algo más allá de nosotros mismos
que se puede llamar para el caso que nos ocupa como DIA. Este momento debe de
ser un momento sagrado. Se debe preparar todo nuestro ser para afrontar todas
las visicitudes que nos puedan acontecer. Se debe afianzar la atención, se debe
preparar el terreno para tener la mayor claridad posible así como conectar con
nuestro corazón para desde ese centro empezar a funcionar, entrenando mediante
el ritual que escojamos estas cualidades que hacen que nuestro día se
desarrolle en un estado más elevado de claridad y una disposición correcta de nuestro
ser integral.
Para el ocaso, de igual manera, existen ceremonias de
clausura del día, es decir cuando le decimos a todo nuestro ser que es la hora
de descansar, es la hora de cerrar el ciclo del DIA y comenzar un nuevo ciclo
que es la NOCHE, la otra cara de la moneda y que identificamos con la luna, con
la caída del sol y el nacimiento del no sol o simplemente noche. En ese momento
recogemos internamente todo nuestro ser, al igual que las flores que se cierran
por la noche, nos replegamos hacia nuestro interior, tratando de integrar todo
aquello que nos ocurre durante el día.
Por lo tanto, son dos momentos del ciclo de la vida, que son
importantes prestarles la máxima atención y realizar nuestras ceremonias de la
manera mas conciente posible, de ellos dependerá tanto nuestras experiencias
diurnas como nuestro sueño nocturno.
El saludo al sol, por ejemplo, o la ceremonia final de zazen
de la mañana en la tradición Zen, son dos rituales de enorme atención y que
preparan de buena manera a todo nuestro ser para afrontar el día, con
tranquilidad y claridad en nuestras acciones, con el corazón abierto y alerta
para elegir en base a él. Lo mismo puede ocurrir con todos aquellos rituales
honestos y de corazón que hagamos cada uno en nuestra intimidad. Todo es ritual,
es sagrado si se hace con claridad y corazón. El día inevitablemente será de
una enorme claridad, cuanto más claro lo veamos, mejores serán nuestras
decisiones.
Para la noche no sería menor la atención que debemos
ponerle. Vamos a finalizar un día de hacer a nivel físico, emocional, mental y
espiritual. Hemos tenido un día de trabajo agotador y necesitamos esa
desconexión, o bien, hemos tenido preocupaciones por precisamente lo contrario, no
tenemos trabajo y necesitamos uno. Por lo que quiera que sea, cuando llega el
fin del hacer, llega el momento del no hacer. Llega el momento sagrado del
prepararse para ofrecer a nuestro cuerpo-mente el descanso que merece. Como un
buen amigo al que estamos agasajando, debemos tratar a nuestro cuerpo de la misma
manera. Con conciencia amorosa hacia nosotros mismos, realizar ese ritual que
nos prepare para cerrar los ojos y abandonarnos al sueño que nos repara, que
nos hace un “reset” en la mente y en el cuerpo. Cada uno tenemos el nuestro,
como ya he dicho, todas las tradiciones espirituales tienen esa ceremonia de fin
de día, y tienen su sentido y su porque más allá de la comprensión mundana. El
simple hecho de detenernos y recrearnos en el ritual del ocaso, prestando
atención, dándole significado a lo que estamos haciendo y para que, nos prepara
de muy buena manera para descansar.
Que la oscuridad vaya inundando el hogar, que nuestro ritmo y respiración se vaya acompasando, que nuestra mente se vaya volviendo hacia nuestro interior de nuevo. El encendido del incienso de la noche, la ducha caliente de antes de cenar, la tacita de té que simboliza el recogimiento que antecede al descanso. Si todos esos rituales que hacemos les prestamos atención y nos abrimos al momento presente, se volverán sin lugar a dudas en sagrados y por lo tanto nuestro descanso será equivalente. El ciclo del día se cierra sobre nosotros, una pequeña muerte acontece, de nuevo, renacerá al día siguiente un nuevo ser.
Que la oscuridad vaya inundando el hogar, que nuestro ritmo y respiración se vaya acompasando, que nuestra mente se vaya volviendo hacia nuestro interior de nuevo. El encendido del incienso de la noche, la ducha caliente de antes de cenar, la tacita de té que simboliza el recogimiento que antecede al descanso. Si todos esos rituales que hacemos les prestamos atención y nos abrimos al momento presente, se volverán sin lugar a dudas en sagrados y por lo tanto nuestro descanso será equivalente. El ciclo del día se cierra sobre nosotros, una pequeña muerte acontece, de nuevo, renacerá al día siguiente un nuevo ser.
Dani Remedios, E.L.
Tazacorte
14 de junio de 2015